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Bea Espejo

Texto Crítico, por Bea Espejo

La cerámica se ha convertido en el gran borrador donde los artistas ensayan relecturas de lo popular tensando la tradición y buscando nuevas alternativas. Tiene sentido en tanto que el artista trabaja siempre a partir de un sentido vital inmediato, cercano al modo en que trabaja un artesano, que perpetúa la experiencia viva del contacto con los elementos naturales: algo primigenio, inmediato, personal, material, un diálogo entre los sueños y las fuerzas de la naturaleza. No podemos fingir en el oficio. Este radica en la acción. Ahí decides tú. Ya sabemos que Craft (oficio en inglés) viene de la palabra alemana Kraft, que significa poder o fuerza. Las tensiones que se ponen en la arcilla tienen sentido ahí: cuando sales, entras, siempre llegas al centro, pones la arcilla contra la otra, llevando el material al centro. Hay en ello algo de consuelo, y una transformación de la que uno participa. La lealtad a las primeras vasijas se inspira, tal vez, en esta intuición. 

 

La vida en la cerámica siempre está en alguna frontera, incursionando en lo desconocido. En ese grado de libertad encuentra hoy todo su potencial expresivo. Es un material atemporal y anacrónico, viejo pero nuevo, sencillo aunque sofisticado, y siempre tiene algo de eterno retorno. Conecta igual con el tiempo geológico y las primeras construcciones físicas y simbólicas de la idea de hábitat, como con un tiempo post humano que escapa a nuestra propia naturaleza. El barro es el material dúctil por excelencia y, por lo tanto, la forma más inmediata de acoplamiento entre la mano, el cuerpo y lo real. Es un pulso, una plasticidad. Un campo de fuga para la escultura, la pintura, la instalación, lo performativo… La maleabilidad que ofrece lo hace poroso a infinidad de usos y formas, cuya única limitación es la capacidad humana. He ahí su poder: ser un material con la entidad suficiente como para ser tratado de tú a tú a partir de una memoria de gestos transmitidos de generación en generación, donde la factura técnica vuelve a su nivel más elemental. 

 

La fascinación que despierta en el arte contemporáneo tiene mucho que ver con esa libertad expresiva anterior a cualquier complejo. Cada vez son más los artistas que indagan en las posibilidades que ofrece el barro y su relación con el pensamiento. Explorarlas exige contextualizar su significado, su lenguaje y los roles históricos de su práctica formal. A priori, el barro siempre ha sido un material vulgar, discreto con las mudas y más ligado a la artesanía que al arte propiamente dicho, aunque la revalorización de lo esencial y lo manual lo han llevado a la primera línea de museos y mercado. El campo editorial se ha hecho eco con volúmenes como Vitamin C Clay + Ceramic, publicados por Phaidon. El Turner Prize de 2004, otorgado a Grayson Perry, marcó un punto de inflexión a la hora de revisitar la cerámica en el conjunto de las artes visuales, y poco tardaron las galerías en sumarlo al mercado. 

 

Barbara Gladstone de Nueva York le dedicó en 2007 un extenso análisis en con la exposición Makers and Modelers: Works in Ceramic incluyendo a muchos de los artistas fundamentales en este campo, de Urs Fischer a Anish Kapoor, de Mike Kelley a Rosemarie Trockel o de Rebecca Warrem a Fishli & Weiss. Precisamente el dúo suizo también ha contribuido lo suyo a la revalorización del barro con las más de 200 figurillas de arcilla de Suddently the Overview, una serie iniciada a principios de los ochenta y todavía en curso que instalaron en el pabellón central de los Giardini en la Bienal de Venecia de 2013. Una fascinación que se extendió al pabellón holandés de Mark Manders, y sus magníficos bustos de barro en diálogo con el cemento y el bronce. Fue también el momento en que se hicieron varias exposiciones retrospectivas. Dalas miró al pasado con Return to Earth: Ceramic Sculpture of Fontana, Melotti, Miró, Noguchi and Picasso 1943-1963, y Alemania al futuro con Back to Earth. FromPicasso to Ai Weiwei

 

La historia de la evolución de la cerámica en las artes es extensa y encuentra en el siglo XX el momento en que la experimentación se dispara. En 1958 el artista Joan Miró y el crítico de arte Yvon Taillandier se sentaron a conversar sobre la vida y el trabajo del artista, y de ese encuentro nació Yo trabajo como un hortelano: un manual de cómo entender esa creación lenta que utiliza los sentidos y que invita a esperar y a escuchar. Joan Miró, que trabajó como un hortelano hasta en el prolífico campo de la cerámica, junto a un Josep Llorens Artigas y su hijo Joan Gady, que tanto influyeron también en las terras xamotadas de Tàpies y el uso de la terracota en las conocidas Lurra de Chillida. 

 

Con direcciones dispares, son muchos los artistas que han dialogado con la cerámica en las últimas décadas, desde Darío Villalba a Federico Guzmán, de Álex Francés a MP & MP Rosado, de Elena Blasco a Concha Ybarra, de Antonio Ballester Moreno a Patricia Esquivias, de Teresa Solar a Miqui Leal, de Fernando Renes a Elena Aitzoa. Su aproximación al barro es, en muchos casos, disléxica. Ensayan otros modos de aprendizaje y otro tempo de lectura, donde la cerámica conserva algo atávico ligado al tiempo, pero uno futuro. Algo así como una prehistoria contemporánea. Imágenes míticas, arquetípicas, reflexivas, desconcertantes. Enormes formas imposibles con la humilde intención de cambiar algo. Quitar una figura, para añadir otra, para romper algo. Ampliar el punto de vista. Un caos burbujeando y bullendo de posibilidades. El artista frenético ardiendo en impulsos creativos.

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